martes, 28 de octubre de 2008

jojojoj

lunes, 9 de julio de 2007

I

Tenía 25 años cuando conocí a "F sensei". Estaba sentado en la banqueta de la casa del vecino -por alguna razón que desconozco no me sentía cómodo en la de mi propia casa- y me puse a fumar el cigarro número 17 del día.

El cigarro ha sido mi mejor compañero, es lo único que puede regular mi amada ansiedad a un estado lo suficientemente intenso para sentirlo y saberme "en el mundo real" pero no sofocante como para paralizarme y llenarme de miedo.

Digo amada ansiedad por que siempre había sido una de esas personas que sentían orgullosas de invariablemente tener alguna preocupación, eso me hacía sentir alguien inteligente, consciente y responsable. Para mí, cualquier persona que no tuviera ninguna preocupación o algún problema en la cabeza era un imbécil, un idiota que seguramente no tendría la inteligencia suficiente para percibir la realidad, alguien de profunda mediocridad y con una visión tan corta que no era capaz de percibir la seriedad de la vida.

Mi mayor miedo siempre había sido que alguien pensara que era un yo era un imbécil, así que me esforzaba por siempre tener algo por lo que preocuparme y vociferar a los cuatro vientos lo complicada que era la vida, y como yo, por ser inteligente, podía darme cuenta de ello. Eso me hizo ganarme, aunque muy pocos, supongo que estadísticamente no era tanta la gente tan inteligente y consciente como yo, amigos entrañables, con los que podía compartir el doloroso estigma de no ser "del montón".

Recuerdo que llevaba horas pensando en que pronto sería mi cumpleaños y otra vez me deprimiría -sí un poco más- analizando lo poco que la vida que estaba viviendo se parecía a la que tiempo atrás me había propuesto conseguir. Esto, me había pasado cada año a partir de haber cumplidos los 18: el momento en el que me convertí en un adulto y me di cuenta de que de adulto sólo tenía la edad y nada más.

Muchas ocasiones me calmé a mi mismo justificando mi suerte por la situación del país, las crisis, los problemas políticos, la falta de educación de la gente, la falta de visión de todos los mediocres incapaces de valorar lo importante. Sin embargo, para mi cumpleaños número 26 había dejado de creerme estos pretextos y por primera vez, acepté que quizá toda mi inteligencia, mi consciencia, mi responsabilidad no eran suficientes, o simplemente, no existentes.

Ya habían pasado más de 10 años desde que me prometí escribir un libro, encontrar el verdadero amor, tener montones de amigos, viajar a Europa, vivir sólo, dejar de fumar, no llorar, dar un concierto, montar una exposición, ser famoso, tener mi propio negocio, y demás cosas, que al ver tan lejos, me hicieron un nudo en la garganta terrible. Me llenaba de tristeza pensar que nada de lo anterior lo había podido cumplir-excepto la promesa de no llorar-pero eso estaba a punto de cambiar.

No había llorado en más de 20 años y por más que suene tonto, haber llorado ese día en lugar de desfogar mi sufrimiento lo aumentaba. Había perdido una de las pocas cosas que con las que el tiempo era noble conmigo, quizá lo único que me hacía sentirme algo especial, "yo no había llorado en casi 21 años". De niño mis padres le presumían a sus amigos que su hijito: "Era el más valiente nunca hacía berrinches ni chillaba", para mi llorar era la prueba de que alguien era lo suficientemente estúpido como para dejarse caer en la desesperación por que no tenía la inteligencia de ver alguna solución a un problema. Pero esa noche, simplemente, no me pude contener.

Lloré como si se hubiera muerto la persona más querida y supongo que para mí de cierta forma había sido así, había perdido lo poco que me hacía estar orgulloso de mí. Esa noche llegué a la conclusión de que me había quedado sin nada.

Fue tan fuerte el llanto que no me dejó ninguna energía ni siquiera para pensar, era como si el acto mismo se hubiera apoderado de todo mi cuerpo y mente. Durante un lapso todo despareció, llegó el momento en que ni siquiera sabía por que lloraba simplemente sabía que lo estaba haciendo y no más. Me entregué al llanto como quien se entrega al viento al lanzarse de un avión.

Fue entonces cuando escuche por primera vez su voz, la primera vez que "F" sensei se acercó a mí y me dijo-jamás olvidaré sus palabras- "Disculpe que lo interumpa joven, pero no podía irme sin decirle que usted llora de una forma bellísima."

Fueron para mí tan extrañas esas palabras, durante unos segundos no supe que contestar, al principio pensé que era una broma de mal gusto y me dieron ganas de usar toda mi rabia para romperle la cara, pero ni siquiera eso sentía, como lo dije, lo había perdido todo, pero cuando lo miré sonreír y fui consciente de la dulzura de su voz, me sobrepaso, percibí la gratitud más auténtica que había experimentado jamás, su gesto me llenó de una inexplicable paz y lo único que pude hacer fue sorberme los mocos y decirle: "Gracias."

Enseguida contestó educadamente:"A usted. En verdad pocas personas saben llorar como si fuera la primera vez: como niños. Casi todos los adultos lloramos y contaminamos nuestro propio llanto con remordimientos, miedos, teorías, ansiedades, enojos, culpabilidades, obsesiones... Pocos saben llorar con esa pureza, ojala todos pudiéramos llorar de una forma tan sabia como lo hace usted…”

Al ver mi cara de estupefacta, por no decir de idiota, disculpo y se fue: “Perdone, lo dejo disfrutar su llanto, ya me voy"

Y sin decir más se marchó, pero sus palabras no me abandonaron, toda la noche me quedé pensando en lo sucedido, fue una impresión tan grande y extraña, que me hizo sentir como un bebé al que le muestran una sonaja para que se distraiga y se olvide de llorar; y así fue, no derramé una lagrima más. A partir de ese momento, no tuve cabeza más para preguntarme quién era ese hombre, por qué me había dicho lo que me dijo y si lo volvería a encontrar.